Los primeros dos episodios contagian con la efermedad de Netflix, es decir, llaman la atención con las escenas sexuales y los argumentos románticos dramáticos, similados a muchas adaptaciones producidas por la plataforma.

Sin embargo, cuando vi el tercero, cambié la opinión. La serie se vuelve más mexicana. Las dos matronas funcionaban su negocio de burdeles y administraban a las prostitutas. Al principio, las compraban en el mercado, las trataban no mal, e incluso, como decían las matronas, las trataban como sus propias hijas. En todo caso, se producían sentimientos entre las dos partes.

Destaca el fenómeno relevante de la corrupción, en los 60 de México, en una sociedad pobre, el dinero parecía poder resolver todos los problemas. Era muy frecuente que los beneficiados no cumplieran sus promesas, mientras que la gente que pagaba se acostumbraba a las trampas. Todas las personas, tanto las de arriba como de abajo, mostraban una expresión delicada e inexplicable al ver los fajos de billetes.

Las prostitutas, para liberarse de las prisiones, mentían ante el juez, también a los periodístas, y declaraban que eran inocentes. Traicionaban sin vergüenza a sus matronas, quienes no tenían ninguna fuerza de defenderse frente a tantas acusaciones y la locura del público. Claro que sí, cometieron crimenes, pero no tan graves ni inhumanos; tenían la piedad, y respetaban la vida, aunque en menor grado, no cero.

Al final, las matronas hermanas seguían sus negocios en la prisión, ojalá que todo fuera bien. Y las traicioneras, nadie sabía adónde iban ni dónde vivían, aunque intentaban saberlo.